Cómo vencer la tentación
Los árboles que soportan de pie la fuerza de un huracán muchas veces se dejan vencer por plagas que apenas se pueden distinguir con un microscopio. Así también, actualmente los peores enemigos de la humanidad son las influencias sutiles y a veces invisibles que existen entre la sociedad y que están minando a hombres y mujeres en nuestros días. Después de todo, la prueba de la fe y la eficacia del pueblo de Dios es algo individual. ¿Qué hace la persona?
Toda tentación que enfrentemos nos llega en tres formas:
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La tentación de un apetito o pasión.
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El ceder al orgullo, la moda o la vanidad.
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El deseo de riquezas y poder y de dominio sobre tierras o posesiones terrenales.
Esas tentaciones se nos presentan en nuestras reuniones sociales, en nuestras luchas políticas; se nos presentan en nuestras relaciones de negocios, en la granja o en el establecimiento comercial; en nuestra manera de tratar todos los asuntos de la vida encontramos esas insidiosas influencias en movimiento. Cuando éstas se manifiestan a la conciencia de la persona es cuando la defensa de la verdad debe ponerse en acción.
La Iglesia nos enseña que esta vida es un período de probación. El hombre tiene el deber de llegar a ser el amo y no el esclavo de su naturaleza; debe dominar y emplear sus apetitos para beneficio de su salud y para la prolongación de su vida; sus pasiones deben ser dominadas y dirigidas para felicidad y bendición de otras personas…
Si han sido fieles a las impresiones del Santo Espíritu, y si continúan siéndolo, su alma se llenará de felicidad. Si se desvían de ellas y son conscientes de que han fallado en lo que saben que es correcto, serán desdichados aun cuando posean toda la riqueza del mundo…
En su deseo de divertirse, muchas veces los jóvenes se ven tentados a ceder a lo que es atractivo sólo para el lado más bajo del ser humano; cinco de los más comunes son: primero, la vulgaridad y la obscenidad; segundo, las bebidas alcohólicas y las caricias impúdicas; tercero, la falta de castidad; cuarto, la deslealtad; y quinto, la irreverencia.
La vulgaridad es por lo general el primer paso para descender al camino de la autocomplacencia. El que es vulgar ofende el buen gusto o los sentimientos refinados.
No hay más que un paso de la vulgaridad a la obscenidad. Es bueno para nuestros jóvenes, en realidad es esencial, que se relacionen en reuniones sociales; pero si para divertirse deben recurrir a la estimulación física y a la bajeza, eso es una indicación de falta de moralidad. Las fiestas donde se toma alcohol y se permiten las caricias impúdicas forman un ambiente en el cual el sentido de moral se adormece y se desatan las pasiones desenfrenadas. A partir de ese momento, es fácil dar el paso final para descender a la desgracia moral.
Cuando en lugar de principios morales elevados se opta por una vida de complacencia inmoral y el hombre o la mujer desciende muy bajo en la escala de la degeneración, la deslealtad se convierte en una parte inevitable de su naturaleza. Entonces, la lealtad hacia los padres desaparece; se abandona la obediencia a sus enseñanzas e ideales; la fidelidad a la esposa y los hijos se ahoga por un bajo placer; y la lealtad a la Iglesia se vuelve imposible y se substituye con las burlas a sus enseñanzas3.
La tentación se presenta a veces de manera sutil. Quizás nadie sepa que se ha cedido a ella aparte de la persona y su Dios, pero si cede, a ese grado se vuelve débil y queda manchada con la maldad del mundo4.
Satanás fue expulsado porque trató de reemplazar al Creador, pero su poder todavía se manifiesta; él está activo y en estos momentos está tratando de influir para que se niegue la existencia de Dios y la de Su Hijo Amado, y se niegue la eficacia del Evangelio de Jesucristo5.
El enemigo está activo; es astuto y taimado, busca cualquier oportunidad de minar los cimientos de la Iglesia y ataca siempre que le es posible con el fin de debilitar o destruir… Dios nos ha dado la libertad de escoger; nuestro progreso espiritual y moral depende del uso que hagamos de esa libertad6.
Satanás está todavía resuelto a salirse con la suya y sus emisarios tienen hoy un poder como nunca lo han tenido a través de los siglos. Estén preparados para enfrentar condiciones que puedan ser difíciles, condiciones ideológicas que quizás parezcan razonables pero que son malignas. A fin de enfrentar esas fuerzas, debemos depender de las impresiones del Santo Espíritu, las cuales tenemos derecho de recibir. Esas impresiones son reales.
Dios guía a esta Iglesia. Sean fieles a ella, séanle leales. Sean fieles y leales a su familia; protejan a sus hijos y guíenlos, no arbitrariamente sino por medio del bondadoso ejemplo de un padre; y de esa manera, contribuyan a la fortaleza de la Iglesia ejerciendo el sacerdocio en su hogar y en su propia vida7.
La condición de miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días lleva consigo la responsabilidad de vencer la tentación, de combatir el error, de mejorar el estado mental y de cultivar el espíritu hasta que llegue a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo8.