Fronteras en Psicología

Introducción

Los estudios de la preferencia de color de los niños tienen una larga historia. Prácticamente, todos ellos han investigado a niños con desarrollo típico (TD). Estudios pioneros sobre este tema (Bornstein, 1975; Zentner, 2001), así como un estudio relativamente reciente (pero el más conocido) (Franklin et al., 2008a) informó que los niños y niñas en edad preescolar prefieren el rojo a todos los demás colores. Se ha informado de una preferencia similar por el rojo en los bebés (Franklin et al., 2010). Aunque otros estudios han presentado evidencia de una preferencia por el azul en recién nacidos (Teller et al., 2005; Zemach et al., 2007), ciertamente existe un consenso general de que los niños con TD prefieren los colores primarios (como el rojo y el azul) en lugar de los colores secundarios (como el rosa y el naranja). Como posible significado funcional de tal preferencia de color, además, la necesidad de discriminar cambios sutiles en el color de la piel de otras personas debido a sus estados emocionales (p. ej., una cara enojada es rojiza y una cara triste es azul) se ha argumentado (Changizi et al., 2006). Tal razonamiento aparentemente asume que la preferencia de los niños TD por los colores primarios es una predisposición.

Con respecto a los niños con trastorno del espectro autista (TEA), trastornos del neurodesarrollo con procesamiento sensorial inusual, algunas pruebas anecdóticas de padres, cuidadores, maestros de personas con TEA y las propias personas con TEA sugieren que los niños con este trastorno pueden percibir el color de manera diferente a los niños con TD (Franklin et al., 2008b). Especialmente, la obsesión por el color verde ha sido documentada abundantemente (Higashida, 2013; Silberman, 2015; Masataka, en prensa). En un caso, por ejemplo, un niño de 11 años con TEA continuó usando una paja verde con el propósito de adelgazar durante más de 3 años (Silberman, 2015). La percepción de color aparentemente extraña también se ha reportado en estudios experimentales con niños con TEA. Por ejemplo, Brian et al. (2003) encontraron inesperadamente un efecto facilitador por estímulos coloreados al investigar mecanismos inhibitorios en participantes con TEA, mientras que tal efecto no se observó en controles neurotípicos. Los autores argumentaron que en los TEA, ” las características de estímulo como el color pueden codificarse con demasiada facilidad, y por lo tanto se detectan más fácilmente de lo que suele ser el caso.’Posteriormente, se encontró un efecto similar con respecto a la tarea de detección, donde las señales de color no válidas resultaron en mayores costos para los participantes con TEA que para los controles neurotípicos (Greenway and Plaisted, 2005). Esos estudios encontraron consistentemente mejoras en el desempeño de las tareas con materiales de colores en esos niños.

Otros estudios (Ludlow et al., 2006, 2008, 2012) encontraron, en entornos clínicos, un beneficio perceptivo del uso de filtros de color en una gran proporción de individuos con TEA. Las superposiciones se diseñaron para muestrear la cromaticidad de manera sistemática y exhaustiva, de modo que si había algún color que fuera beneficioso, hubiera una superposición o combinación de superposiciones disponibles que proporcionaran una aproximación cercana a este color. Otro estudio, por otro lado, intentó comparar la percepción categórica del color entre niños con TEA y TD (Franklin et al., 2008b) e informó que la fuerza de la percepción categórica del color no difería entre los niños con TEA y TD.

Tomados en conjunto, los hallazgos anteriores nos han llevado a plantear la hipótesis de que, si bien el mecanismo básico subyacente a la categorización perceptiva de los colores no diferiría entre las personas con TEA y sin TEA, la mayor sensibilidad a la estimulación sensorial en general que es característica de los TEA (Markram y Markram, 2010) influiría en la percepción del color exhibida por las personas con este trastorno, y esto resultaría en aversión a algunos colores específicos que generalmente son favorecidos por personas neurotípicas. El presente estudio fue diseñado para explorar esta posibilidad, utilizando los mismos estímulos que en el trabajo pionero anterior, en el supuesto de que los niños con TEA poseen categorías de color perceptuales equivalentes a las de los niños con TD.

Materiales y métodos

Esta investigación se realizó de acuerdo con los principios expresados en la Declaración de Helsinki. Todos los protocolos experimentales fueron consistentes con la Guía para la Experimentación con Seres Humanos y fueron aprobados por el Comité de Ética Institucional del Instituto de Investigación de Primates de la Universidad de Kyoto (#2011-150). Los autores obtuvieron el consentimiento informado por escrito de los padres de todos los participantes del estudio.

Participantes

En el presente estudio se estudió a un grupo de 29 niños con TEA de 4 a 17 años (M = 8,8; DE = 3,0) y 38 niños con TD de 4 a 17 años (M = 9,8; DE = 4,0). Todos eran hombres. No hubo diferencia significativa entre la edad media de cada grupo participante . Todos los participantes eran franceses, diestros, ingenuos en cuanto al propósito de este estudio y tenían visión normal o corregida a normal. No tenían ninguna dificultad en la detección del color.

Veintinueve niños con TEA fueron reclutados para el presente estudio. Sobre la base de la observación clínica directa de cada niño por un psiquiatra infantil independiente, se hizo un diagnóstico de autismo de acuerdo con la CIE-10 (Organización Mundial de la Salud, 1994) y con la DSM-IV (Asociación Psiquiátrica Americana, 1994). Sobre la base de dichos criterios, cada participante del grupo de niños con TEA fue diagnosticado como F84.0, F84.9 o F84.8. Además, tales diagnósticos también fueron confirmados por la Entrevista de Diagnóstico de Autismo Revisada (ADI-R), una entrevista extensa y semiestructurada para padres (Lord et al., 1994), dirigida por un psiquiatra independiente. El ADI-R proporciona información sobre la presencia de habilidades de lenguaje verbal, definidas como el uso diario, funcional y completo de frases espontáneas de al menos tres palabras y ocasionalmente un verbo. Se encontró que todos los niños participantes con TEA expresaban lenguaje verbal. Todos los niños de TD fueron reclutados a través de la junta de educación en una pequeña ciudad de Francia. Todos ellos asistieron a clases normales correspondientes a su nivel cronológico de edad. Ninguno de los participantes incluidos en los grupos de niños con TD cumplió con ningún criterio diagnóstico de autismo o cualquier otro trastorno generalizado del desarrollo.

Con el fin de examinar un posible cambio de desarrollo de preferencia de color, cada uno de los niños con TEA y los niños con TD se clasificaron en uno de los tres grupos de edad: un grupo de edad estaba formado por niños de 4 a 7 años (9 niños con TEA y 13 niños con TD), un grupo estaba formado por niños de 8 a 10 años (9 niños con TEA y 17 niños con TD), y el grupo restante estaba formado por niños de 11 a 17 años (11 niños con TEA y 8 niños con TD). Dado que los supuestos de ANOVA (análisis de varianza) ciertamente se cumplen, dicha división de todo el grupo de participantes debe ser coherente para investigar posibles cambios dentro de una perspectiva de desarrollo.

Procedimiento

Los materiales utilizados en el presente estudio consistieron en seis rectángulos de cartón de 35 cm × 50 cm de color rojo, amarillo, rosa, azul, verde o marrón. Eran esencialmente los mismos que los materiales utilizados en el estudio anterior (Zentner, 2001) para que pudiéramos comparar nuestros resultados obtenidos aquí con los reportados allí. El tono, la luminancia y el croma de cada estímulo de color que se especificó de acuerdo con el sistema de notación de color de Munsell fueron los siguientes: rojo, 7.5 R, 4, 14; amarillo, 10Y, 8.5, 12; rosa, 7.5 PR, 6, 10; verde, 2.5 G, 3, 8; azul, 10B, 7, 8; marrón, 10R, 3, 10.

El protocolo de prueba también fue el mismo que en el estudio anterior (Zentner, 2001). Los participantes fueron evaluados individualmente en una habitación tranquila bajo condiciones de luz diurna. Los seis cartones se presentaron al participante, que estaba sentado en una silla y le pidió que eligiera el color que le gustaba. Su rango de preferencia entre las cartulinas se midió mediante el procedimiento de comparación emparejada de elección forzada. Cada vez que el participante escogía el color, se registraba una preferencia por ese color. Para el análisis estadístico, el puntaje de preferencia se calculó para el color restando su rango de preferencia del número del color del estímulo (6).

Resultados

Los resultados generales del experimento se resumen en la Figura 1, que muestra el rango promedio general de los seis colores en el grupo de niños con TD y el de niños con TEA. Cuando los datos recolectados se analizaron utilizando un ANOVA de 2 (ASD/TD, PARTICIPANTE) × 3 (grupos de edad, EDAD) para cada uno de los seis colores, uno de los dos efectos principales (PARTICIPANTE) fue estadísticamente significativo para amarillo, F(1,61) = 49,60, p = 0.000, np2 = 0,284 y para verde, F(1,61) = 5,03, p = 0,029, np2 = 0,114. El otro efecto principal (EDAD) fue significativa ni para amarilla, F(2,61) = 0.84, p = 0.44, np2 = 0.028, ni verde, F(2,61) = 1.50, p = 0,23, np2 = 0.53. La interacción entre el PARTICIPANTE y la EDAD tampoco fue significativa para amarillo, F(2,61) = 0,25, p = 0,78, np2 = 0,08, ni para verde, F(2,61) = 0,28, p = 0,76, np2 = 0,09.FIGURA

1
www.frontiersin.org

GRÁFICO 1 Puntuaciones de preferencia medias (barras de error: SDs) de seis colores en niños con trastorno del espectro autista (TEA) y en niños de desarrollo típico (TD). A) De 4 a 7 años de edad, B) de 8 a 10 años de edad, y C) de 11 a 17 años de edad.

Para el color marrón, tanto el efecto principal, PARTICIPANTE como la interacción entre PARTICIPANTE y EDAD fueron significativos, F(1,61) = 33,06, p = 0,0000, np2 = 0,35 para PARTICIPANTE, y F(2,61) = 4,11, p = 0,021, np2 = 0,119 para PARTICIPANTE × EDAD. Sin embargo, el otro principal efecto no fue significativo, F(1,61) = 1.89, p = 0.16, np2 = 0.062. Los análisis posteriores de los efectos principales simples (corrección de Bonferroni) revelaron que el rango medio de preferencia por marrón fue menor en niños de 11 a 17 años con TEA que en niños de 4 a 7 años con TEA, p = 0,001, así como en niños de 8 a 10 años con TEA, p = 0,03. El rango medio de preferencia de los niños de 4 a 7 años con TEA no difirió del de los niños de 11 a 17 años con TEA, p = 0,31.

Por el contrario, ninguno de los dos efectos principales ni la interacción entre ellos fue significativa para red, F(1,61) = 0,70, p = 0,41, np2 = 0.012 para el PARTICIPANTE, F(2,61) = 1.77, p = 0.18, np2 = 0.068 para la EDAD, F(2,61) = 0.98, p = 0,38, np2 = 0.081 para que el PARTICIPANTE × EDAD, para el azul, F(1,61) = 3.39, p = 0.08, np2 = 0.046 para el PARTICIPANTE, F(2,61) = 1.25, p = 0.29, np2 = 0.040 para la EDAD, F(2,61) = 0,09, p = 0.91, np2 = 0,003 para el PARTICIPANTE × EDAD, y por el color rosa, F(1,61) = 1.90, p = 0.17, np2 = 0.028 para el PARTICIPANTE, F(2,61) = 0.51, p = 0,61, np2 = 0.040 para la EDAD, F(2,61) = 0.41, p = 0,66, np2 = 0,003 para el PARTICIPANTE × EDAD.

Discusión

Con respecto a los niños con TD, los resultados del estudio actual son consistentes con los reportados anteriormente (Zentner, 2001; Franklin et al., 2010). El rojo era el color preferido. El azul estaba cerca, y luego el amarillo le siguió. El color menos preferido era el marrón. Como se informó en un estudio reciente, los niños también evitaron el rosa (LoBue y DeLoache, 2011). Estos hallazgos también se confirmaron en niños con TEA. Sin embargo, su puntuación de preferencia por el amarillo era baja, y la de verde y la de marrón, por el contrario, era elevada.

Dado que las categorías de colores presentadas utilizadas aquí fueron restringidas, parece difícil extraer conclusiones definitivas de estos resultados. Dado el tamaño relativamente pequeño de la muestra en cada uno de los tres grupos de edad, el hecho de no encontrar ninguna diferencia en las puntuaciones de preferencia entre los niños con TD y los niños con TEA con respecto al rojo, azul y rosa podría atribuirse a un efecto techo/piso. Sin embargo, aparte de este problema, se debe tener en cuenta que los niños con TEA seguramente evitaban el amarillo y, por el contrario, preferían el verde y el marrón. Estos hallazgos son ciertamente los predichos por nuestra hipótesis descrita anteriormente. Además, su preferencia por el verde es consistente con la evidencia anecdótica que se ha reportado hasta ahora (Higashida, 2013; Silberman, 2015; Masataka, en prensa).

Para explicar estos resultados, no se debe descartar el hecho de que el color amarillo tuviera el valor de luminancia más alto entre los colores probados. La aversión observada a este color podría reflejar la hipersensibilidad de los niños con TEA a la luminancia. También existe un consenso general de que el amarillo es el color más fatigoso (Kernell, 2016). Es bien sabido que nuestros ojos están provistos de tres tipos diferentes de células cónicas para la percepción del color, L, M y S, que corresponden a la percepción de luz roja, verde y azul, respectivamente. Sin embargo, cuando se percibe amarillo, tanto L como M deben estar involucrados. Por lo tanto, la percepción del amarillo debe ser la más cargada de percepción sensorial de cualquier tipo de color. Su percepción es soportable para los niños con TD, pero podría estar sobrecargada para los niños con TEA cuya sensibilidad a la estimulación sensorial se mejora.

A menudo se informa que los niños con TEA son hipersensibles a la entrada táctil, auditiva y visual. En el dominio auditivo, exhiben una mayor discriminación entre estímulos auditivos, una detección local de estímulos auditivos más precisa y una menor interferencia global con el procesamiento auditivo (Takahashi et al., 2014). En el dominio visual, exhiben capacidades mejoradas de discriminación visual, detección de objetivos más rápida en búsquedas visuales conjuntivas y de características, detección de objetivos locales más precisa, etc. (Markram y Markram, 2010). El estudio actual sugiere la posibilidad de que tal fenómeno también ocurra en el dominio de la percepción del color. El color amarillo como estímulo sensorial, que es normal para los niños con TD, puede ser difícil de soportar para los niños con TEA.

Recientemente, la hipertensación y la hipertención características de los TEA se han explicado neurológicamente en términos de una subconectividad neuronal subyacente entre las áreas corticales en este trastorno (Just et al., 2004), que podría afectar negativamente o ralentizar la integración o la comunicación entre las regiones corticales involucradas en el procesamiento de imágenes visuales, así como en el lenguaje. Esta explicación atribuye muchas de las anomalías generalizadas en el funcionamiento psicológico de los TEA a un deterioro en la coordinación y la comunicación entre los principales centros de procesamiento cerebral. Una de las principales predicciones basadas en esta explicación es que cualquier faceta de la función psicológica y neurológica que dependa de la coordinación o integración de regiones cerebrales es susceptible a la interrupción en el TEA. Neurológicamente, un relato básico generalmente aceptado del procesamiento del color sostiene que la visión del color comienza en la retina, que luego, las células parvocelulares y koniocelulares en el núcleo geniculado lateral codifican para la cromaticidad, y las células magnocelulares para la luminancia, proporcionando así diferentes vías a la corteza visual donde se encuentran varias neuronas selectivas de color (Kernell, 2016). El patrón de resultados en el estudio actual podría surgir de la interrupción de uno o más de estos diferentes procesos biológicos y neurológicos. Se necesitan más estudios para explorar esto.

Una persona que sufre de sobrecarga sensorial evitará naturalmente un estímulo tan fuerte como aversivo. Tal evitación podría manifestarse como la preferencia de color atípica observada en el estudio actual. El hecho de que la fuerte evitación del marrón solo se observó en niños con TEA menores de 11 años podría sugerir la posibilidad de que la hipersensibilidad sea más intensa durante este período de desarrollo en este trastorno. Al parecer, esta es también la cuestión que se investigará en un futuro próximo.

Contribuciones de los autores

NM diseñó el estudio. MG recopiló los datos. NM analizó los datos y redactó el manuscrito. Ambos leyeron el borrador y lo aprobaron.

Financiación

El estudio contó con el apoyo de una subvención (JSPS”25285201).

Declaración de Conflicto de Intereses

Los autores declaran que la investigación se realizó en ausencia de relaciones comerciales o financieras que pudieran interpretarse como un conflicto de intereses potencial.

Agradecimientos

Los autores agradecen a Ronan Jubin y Nathalie Lavenne-Collot por su ayuda en el reclutamiento, a Mayuko Iriguchi y Hiroki Koda por su ayuda en la realización de la experimentación y a Elizabeth Nakajima por la revisión del inglés del manuscrito.

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