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Robert Dahl ha argumentado que la democracia ha sufrido grandes transformaciones desde sus inicios hasta hoy, entre otras, desde las ciudades-estado democráticas hasta los estados-nación, desde las políticas a pequeña escala hasta las democracias de masas. Una identidad compartida entre las personas de un sistema de gobierno constituye la piedra angular de la legitimidad de la toma de decisiones mayoritaria, tal como la perciben los ciudadanos de un sistema democrático. Sentirse parte de la misma comunidad hace que las decisiones mayoritarias sean aceptables para la minoría. Por el contrario, el hecho de no generar ese sentimiento de unidad impide la solidaridad y pone en tela de juicio la legitimidad de las instituciones democráticas. Esto nos lleva a la cuestión clave de si podríamos estar ante una nueva transformación de la democracia, en particular en lo que respecta al nexo identidad-democracia. El contexto de esta pregunta es que la identidad y las políticas de identidad parecen desempeñar un papel vital en fenómenos estrechamente relacionados con los desafíos actuales a la democracia. A medida que un número creciente de ciudadanos en los países democráticos se desilusionan con la democracia liberal, se sienten cada vez más tentados por la política populista, los insultos al proteccionismo y las demandas de secesionismo (y las respuestas jingoístas a una mayor autonomía y descentralización), así como los ataques a los derechos de las minorías. El discurso de las identidades únicas y estrechas entra en las posiciones elegidas de los miembros de los partidos populistas, autoritarios y pluralistas e influye en los debates políticos y sociales actuales.En este contexto, esta sección pretende examinar el papel de la identidad para la legitimidad percibida de los sistemas democráticos. Si bien tradicionalmente se considera que una identidad compartida es la base de un sistema democrático legítimo, las políticas de identidad se utilizan actualmente para cuestionar la legitimidad de los sistemas democráticos liberales. Los líderes políticos en las democracias a menudo apelan a la identidad (nativista, mayoritaria o étnica), ya que limitan los medios de comunicación libres, radicalizan el discurso público contra el pluralismo y socavan el sistema de frenos y contrapesos para escapar al control institucional de su gobierno. Al mismo tiempo, el vínculo más tradicional entre identidad y legitimidad subyace en las campañas políticas para “salir” de las políticas más grandes. Estas campañas a menudo apelan a los sentimientos de identidad estrechamente definida combinados con la movilización contra las minorías o la opresión percibida por el grupo mayoritario.

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